Expresión y libertad en Internet

Internet ha ampliado el campo de expresión, pero hay que recordar que en las redes sociales, como bien ha recordado Gerfried Stocker, la libertad es limitada, debido al «control absoluto que Linden Lab –la compañía norteamericana que posee y gestiona Second Life– ejerce sobre todos y cada uno de los bytes y píxeles de sus tres millones y medio de usuarios»; algo extensible a Facebook, Twitter y cualquier otra red social conocida.

Vicente Luis Mora, El lectoespectador, 2012.

Publicado en Internet, Redes sociales, Sociedad | Etiquetado , , , , , , | Deja un comentario

Twitter y la censura en Internet: cinco apuntes

Pájaros en una jaula. Fotografía de James Savage.

Pájaros en una jaula. Fotografía de James Savage.

El jueves pasado, Twitter anunció, en su blog corporativo, que estaba dispuesta a bloquear los mensajes de usuarios que alguna “entidad autorizada” considerase insultantes o ilegales en determinados países. El anuncio ha causado enorme revuelo en todo el mundo, pues ha sido interpretado como una estrategia de censura en una aplicación que, para muchos analistas, ha desempeñado un papel notable en la gestación de movimientos democráticos de todo el mundo. Y, aunque, probablemente, la caracterización de Twitter como arma de lucha democrática sea exagerada, las nuevas medidas tomadas por la compañía nos permiten vislumbrar la dirección que está tomando el control de la libertad de expresión en las redes de comunicación.

Al calor del anuncio de Twitter, ofrezco cinco breves apuntes sobre las relaciones entre Internet y la censura en Internet:

  1. Las redes de comunicación se están convirtiendo en un territorio cada vez más controlado. Internet siempre ha tenido una doble alma autoritaria y libertaria. La primera viene marcada por los orígenes de la red como herramienta militar, mientras que la segunda deriva de la ética de los hackers que han contribuido a su desarrollo. Todo parece indicar que se está imponiendo la primera, como ponen en evidencia los intentos por imponer restricciones a Internet mediante iniciativas como la Ley Sinde-Wert, el ACTA o la SOPA/PIPA.
  2. Las labores de control se están externalizando. Cada vez más, las acciones de vigilancia y control recaen en las corporaciones privadas y no ya en los gobiernos. Los Estados trasladan la responsabilidad de controlar las actividades de los usuarios a las empresas privadas, que recurren a la censura para evitar problemas legales o para no entorpecer sus planes de expansión internacional. Eso desprotege a los ciudadanos, sobre todo en los países con gobiernos autoritarios.
  3. Las técnicas de censura y control se están haciendo cada vez más refinadas. La voluntad de Twitter de utilizar técnicas de censura “granulares” –que permiten bloquear los mensajes de los usuarios solo en algunos países mientras permanecen visibles en el resto del mundo– pone de manifiesto que las técnicas de control de los flujos de información pueden alcanzar un alto grado de depuración. No está lejos el día en que sea posible aplicar formas de censura selectiva, que restrinjan el acceso a determinados contenidos por parte de los usuarios en función de su historial de navegación. Cuando llegue ese día, los hábitos de los navegantes no solo serán útiles para mostrarles publicidad de forma personalizada, como hace Google, sino para controlarlos mejor.
  4. Internet no es igual para todos. Los hechos desmienten a quienes concebían las redes de comunicación como una especie de república universal en la que todos gozaríamos de las mismas libertades. Internet está cada vez más llena de zonas oscuras, en las que los flujos de información se entorpecen o restringen.
  5. Las relaciones entre gobiernos y corporaciones, por un lado, y ciudadanos, por el otro, son cada vez más asimétricas. La expansión de las redes de comunicación ha traído una consigo una pérdida de privacidad para los individuos. Gracias a Internet, los gobiernos y las empresas tienen cada vez más información sobre nosotros. Y se nos explica que eso no solo es inevitable, sino que, incluso, es deseable. Sin embargo, parece que no existe el mismo interés por permitir el aumento de nuestras libertades. Los mismos que quieren saber más sobre los ciudadanos ponen cada vez más barreras a su capacidad para expresarse con libertad.

Actualización: Poco después de publicar mi entrada, pude leer el comunicado de la Electronic Frontier Foundation, que aclara que la iniciativa de Twitter, lejos de suponer una restricción a la libertad de expresión, supone un espaldarazo a ella. En realidad, ahora la empresa estadounidense solo eliminará los mensajes en los países en los que infrinjan alguna ley, cuando antes se veía obligada a hacerlo en todo el mundo. Es cierto. En realidad, la polémica sobre la censura en Twitter ha sido provocada por los medios (tradicionales) de comunicación y se ha visto magnificada por la difusión viral propia de Internet. Y no me detuve a meditar lo suficiente sobre las implicaciones del anuncio de la empresa estadounidense. Sin embargo, me parece que este hecho no invalida, en lo sustancial, las reflexiones vertidas en mi entrada.

Publicado en Entradas, Internet, Política, Redes sociales, Sociedad | Etiquetado , , , , , , , , | Deja un comentario

Sobre el gusto moderno por la georreferenciación

Durante años, los mapas cayeron en el olvido. El desinterés por la geografía –que corría en paralelo a la indiferencia hacia la otredad– dio como resultado que casi nadie se entretuviese contemplándolos y, mucho menos, aprendiendo de ellos. Consultar la cartografía se consideraba una actividad inútil, cuando no francamente tediosa. Este hecho provocó que la mayoría de la gente fuese incapaz de situar en un mapa no ya ciudades como Luanda o Astaná sino incluso países como Costa Rica o Letonia. En el fondo, poco importaba que el mundo situado más allá de los límites de nuestra provincia fuese algo así como una realidad amorfa e inconsistente. Lo único que tenía valor era lo que estaba más próximo a nosotros y, para conocerlo, no era necesario recurrir a los mapas.

Las cosas cambiaron por completo en 2005, con la aparición de Google Maps, el servicio cartográfico en línea de Google. Maravillados por aquella portentosa aplicación que permitía emular la fría visión satelital para escrutar los más variados rincones del planeta, los usuarios redescubrieron el placer de explorar el territorio mediante los mapas.

Sin embargo, es la posibilidad de georreferenciar información sobre distintos puntos de las representaciones cartográficas lo que verdaderamente ha otorgado popularidad a Google Maps. Curiosamente, la idea original de vincular datos a coordenadas concretas del mapa no se la debemos a los ingenieros de Google, sino a Paul Rademacher, de quien ya hemos hablado en otra entrada de este mismo blog. Este desarrollador tuvo la feliz idea de combinar, en un mashup, las listas de anuncios clasificados de Craiglist con las cartografías de la recién estrenada aplicación de Google, para crear Housingmaps.com, un sitio con información georrerefenciada de bienes raíces en Estados Unidos. El éxito de este sitio animó a los responsables del gigante estadounidense a poner un API a disposición de los programadores que desearan integrar Google Maps en su sitios, lo que permitió el desarrollo de una infinidad de aplicaciones derivadas.

De esta manera, se inició la fiebre por vincular información de todo tipo a las cartografías digitales de Google. Repentinamente, el mapa se convirtió en uno de los sitios preferidos a la hora de buscar puntos de referencia para organizar nuestros datos digitales. No resulta extraño que esto haya sucedido: después de todo, la visualidad de la cartografía resulta más atractiva que la palabra escrita –normalmente organizada en áridos listados– como instrumento para dar orden y sentido a los materiales visuales, textuales y multimedia generados cotidianamente. Los mapas digitales, con su precisión y su detallismo sobrecogedores, se tornaron el soporte desde el que se vinculaba todo tipo de información: direcciones de negocios, fotografías de viajeros, descripciones de sitios célebres, representaciones en realidad aumentada de monumentos públicos e, incluso, detalles biográficos sobre la vida de infinidad de personas. La popularización de dispositivos móviles como las tabletas y los smartphones –con su capacidad para georreferenciar de forma automática la información generada por los usuarios– no hizo más que acentuar esta tendencia.

Así, el espacio virtual de Google Maps se ha convertido en un fabuloso tablero digital en el que se organiza un enorme cúmulo de datos generados por millones de colaboradores, gran parte de ellos voluntarios. En este archivo portentoso, ya no buscamos la información en estanterías, listados o carpetas, sino que nos desplazamos de norte a sur y de este a oeste por el mapamundi hasta localizar el punto de nuestro interés. Precisamente, en torno al punto geográfico elegido encontraremos todas las capas de información (formadas por imágenes, textos y audios, entre otras cosas) que los usuarios han ido agregando. La forma en que Google Maps organiza el conocimiento resulta novedosa en la medida en que convierte la representación virtual del territorio en la lanzadera que nos redirige a una gran diversidad de información. Gracias a la georreferenciación, el espacio geográfico simulado se convierte en la puerta de acceso a una infinidad de contenidos alojados en Internet. El mapa adquiere la forma de una especie de índice visual que permite que el usuario se oriente y pueda localizar distintos archivos de información.

Los sistemas de georreferenciación del tipo de Google Maps han renovado el interés por las representaciones cartográficas y han devuelto el protagonismo al espacio geográfico. Este fenómeno es paralelo a la creciente desatención padecida por la historia, de la que, desde hace tiempo, nos han puesto sobre aviso las teorías posmodernas. Nuestra sociedad observa fascinada el espacio geográfico a través de la cartografía digital, mientras se despreocupa por el tiempo histórico, que tiende a aplanarse y a confundirse en un magma indiferenciado. La voluntad por ordenar la realidad mediante sofisticadas simulaciones espaciales contrasta con el desinterés por dar sentido a la sucesión temporal de los acontecimientos. Mientras intentamos representar el espacio de forma minuciosa, renunciamos a dar coherencia a la historia: para nosotros, los sucesos que tuvieron lugar hace dos días parecen tener el mismo estatus que los acontecidos hace décadas o siglos. Es el triunfo de la dimensión espacial sobre la temporal: en el fondo, ya no nos interesa el pasado porque la realidad se resume en el aquí y ahora del mapa.

Google Maps ha contribuido a acentuar una de las principales características de la sociedad hiperconectada: la preeminencia del simulacro por encima de la realidad. La obsesión por la georreferenciación tiene mucho que ver con la tendencia, cada vez más acusada, a pensar que solo existe aquello que es visible en Internet. Nos afanamos por dejar nuestras huellas en Google Maps porque, de otra forma, corremos el peligro de que nuestra existencia quede en entredicho. Al fin y al cabo, en una época en la que nuestras visiones del mundo están mediatizadas por las distintas capas de información que fluyen por las redes digitales, la realidad aumentada que experimentamos mediante las interfaces electrónicas parece tener más entidad que los estímulos percibidos por nuestros sentidos. Google Maps no es otra cosa que una representación abstracta del mundo. Sin embargo, en muchos aspectos, parece haber adquirido más sex-appeal que el universo que percibimos sin mediaciones. En la época de Internet, el mapa no es el territorio, pero, a menudo, lo desborda.

Publicado en Archivo, Entradas, Internet, Multitud, Realidad virtual | Etiquetado , , , , , , , , , , | 4 comentarios

Los límites de las redes políticas descentralizadas

La descentralización de la organización política puede tener implicaciones fabulosas para el conocimiento –la Wikipedia es un buen ejemplo de ello–, pero lo cierto es que la descentralización en sí misma no es una condición suficiente para llevar a cabo con éxito reformas políticas. En muchos casos, no es ni siquiera una condición deseable.

Evgeny Morozov, The Net Delusion: The Dark Side of Internet Freedom, 2011.

Publicado en Fragmentos, Internet, Multitud, Política | Etiquetado , , , | Deja un comentario

¿Internet nos hará libres?

Juego de piezas Lego que representa a un policía deteniendo a un ciberdisidente.

Censura en Internet. Fotografía de Eric Constantineau.

Cada vez existe un mayor consenso a la hora de afirmar que Internet es un arma poderosa para defender las libertades democráticas y combatir los regímenes dictatoriales. Gracias a la insistencia machacona de numerosos políticos, analistas y medios de comunicación, se ha extendido la creencia de que las redes digitales de comunicación, con su fabulosa capacidad para facilitar los flujos de información, han adquirido una importancia decisiva a la hora difundir los valores de las democracias liberales y minar el poder de los Estados autoritarios. Según este punto de vista, la red, con las numerosas herramientas nacidas al abrigo de ella –entre las que podemos citar a Twitter, Facebook, Youtube y las aplicaciones para crear blogs– está catalizando un renacer democrático, al crear medios alternativos para difundir el pensamiento emancipador, y posibilitar que los ciudadanos se organicen en redes para canalizar sus reivindicaciones y defender sus derechos.

Según esta línea de pensamiento, que podríamos calificar de tecnocéntrica, las redes digitales de comunicación han desempeñado un papel fundamental para cohesionar y dar voz a los diversos movimientos ciudadanos que, en tiempos recientes, se han organizado para hacer frente a gobiernos autoritarios –como en Irán, Túnez o Egipto– o para exigir reformas en regímenes democráticos liberales –como en España, Chile, Israel o Estados Unidos. Dentro de esta lógica, la red se ha convertido en un instrumento determinante para la transformación social y la consecución de los ideales democráticos en todo el mundo.

Sin embargo, hay algunos autores que no piensan así. Es el caso de Evgeny Morozov, quien, en The Net Delusion: The Dark Side of the Internet Freedom, alerta contra la tendencia, más o menos interesada, a asociar la expansión de las redes digitales con la consolidación de la democracia. El autor bielorruso no únicamente pone en entredicho que Internet sea por sí sola una garantía de emancipación, sino que sostiene, incluso, que la red puede utilizarse como un arma muy eficaz para perpetuar las prácticas totalitaristas.

Una de las conclusiones que se pueden extraer de la lectura del libro de Morozov es que la influencia de Internet sobre los movimientos sociales recientes han sido magnificada por periodistas y políticos. En la opinión del escritor bielorruso, las nuevas tecnologías están lejos de ocupar el papel preponderante que nuestro imaginario les ha otorgado. Y, de hecho, su importancia es aún menor en los países en vías de desarrollo, donde la penetración de Internet es más bien escasa.

Entre los ejemplos utilizados por Morozov para ilustrar sus puntos de vista se encuentran las movilizaciones de junio de 2009 organizadas a raíz del fraude electoral que hizo posible la reelección de Mahmoud Ahmadinejad a la presidencia de Irán. La llamada Revolución Verde iraní muy pronto adquirió celebridad por considerarse un movimiento ciudadano articulado alrededor de Internet. Los medios de comunicación occidentales mostraron una unanimidad casi total a la hora de afirmar que redes sociales como Twitter o Facebook habían desarrollado un papel esencial para cohesionar a las movimientos opositores que actuaron dentro del país. La exaltación de la vertiente tecnológica de protestas iraníes llegó a tal grado que, por momentos, pareció que la Revolución Verde fuese una consecuencia inevitable del desarrollo de las nuevas tecnologías de comunicación.

Sin embargo, Morozov considera que el carácter tecnológico de las revueltas iraníes fue, en realidad, una mera construcción mediática. Para demostrarlo se remite a los datos aportados por la empresa Sysomos, que, en vísperas de las elecciones de 2009, contabilizó apenas 19.235 cuentas de Twitter en Irán, el equivalente al 0,027 por ciento de la población del país. De hecho, Moeed Ahmad, el director de nuevos medios de Al-Jazeera, afirma que solo pudo comprobar la existencia de sesenta cuentas activas de Twitter en Teherán durante las protestas.

Esto no quiere decir que las noticias relacionadas con la Revolución Verde no hubiesen obtenido resonancia en las redes sociales. Twitter hirvió de mensajes y enlaces a artículos relacionados con la situación de este país asiático. Sin embargo, lo cierto es que la gran mayoría de ellos tuvo su origen fuera de las fronteras de Irán.

No deja de resultar irónico que el caso de Irán haya servido a Modorov para ejemplificar el carácter represivo que puede adquirir Internet. En contra de la opinión general, el autor bielorruso considera que fue el régimen –y no las fuerzas opositoras– el que supo sacar mayor rédito político a las tecnologías de información durante las revueltas. En su libro, Modorov ofrece detalles acerca de la manera como, al poco tiempo de iniciadas las protestas, las autoridades iraníes fueron capaces de crerar una comisión de alto nivel, formada por 12 miembros, dirigida a combatir el “cibercrímen”. De esta forma, la policía se dedicó a rastrear por la red numerosos vídeos y fotografías con los rostros de manifestantes, que luego publicó en diversos medios digitales, para solicitar a la población que le ofreciese información sobre los sujetos retratados. Paralelamente, las autoridades iniciaron una campaña de amenazas en las redes sociales contra ciudadanos iraquíes afincados en el extranjero, mientras los partidarios de Ahmadinejad utilizaban los blogs y los diarios electrónicos oficialistas para organizar una campaña de desprestigio contra el movimiento opositor.

A final de cuentas, el libro de Morozov aparece como una advertencia contra el determinismo tecnológico –ingenuo, en el mejor de los casos, interesado, en el peor– que subyace en los discursos que ven en las redes de comunicación una herramienta esencialmente emancipatoria. Es innegable, que Internet se ha significado como un formidable motor de cambio social, capaz de transformar de una manera radical nuestra forma de producir y de relacionarnos con otros sujetos y con nuestro entorno. También es indudable que la red nos brinda una fabulosa oportunidad para democratizar el saber, en la medida en que facilita que la ciudadanía acceda a los medios de producción de conocimiento de una manera que nunca antes había sido posible. Sin embargo, ello no debe inducirnos a considerar que Internet es un bien esencialmente emancipador. En realidad, las redes digitales de comunicación son un territorio en disputa, en el que negociamos nuestras visiones sobre la realidad; son un campo de batalla en el que combatimos, con mayores o menores recursos, para hacer que prevalezcan nuestras propias formas de entender el mundo.

Publicado en Entradas, Internet, Multitud, Política, Redes sociales, Sociedad | Etiquetado , , , , , , , , , | 3 comentarios

Pausa de invierno

Se acerca el fin de año y el paisaje que contemplo desde mi ventana ha adquirido, finalmente, un inequívoco aspecto invernal. Aprovecharé la llegada del frío para tomarme un pequeño descanso de un poco más de dos semanas en las actividades del blog. Esta pausa me será muy útil para cargar las pilas y para dedicar más tiempo a algunos compromisos profesionales a los que ahora debo prestar atención.

Aprovecho para desearos a todos un feliz año nuevo. Ojalá que volvamos a encontrarnos por aquí a partir del 17 de enero.

Publicado en Noticias | 1 Comentario

El panóptico participativo

La vigilancia ciudadana es posible gracias a la multiplicación de teléfonos dotados de cámara de fotos, la comunicación móvil y las redes de telefonía inalámbricas o los móviles de alta velocidad.

Para hablar de este fenómeno,  Jamais Cascio, confundador de World Changing, un sitio dedicado a la tecnología y al medio ambiente, y ahora «futurista» que se reivindica en su blog OpenTheFuture.com, propone invertir la imagen del panóptico imaginado por Bentham y retomado por Foucault y nos invita a crear un panóptico participativo.

«Las cámaras de fotos digitales conectadas a la red y los teléfonos móviles con cámara son las armas de la segunda superpotencia», opina Cascio.

Siguiendo con la inspiración de Foucault, encontramos la misma idea en el término «sousveillance» o «vigilar desde abajo» (utilizado tanto en inglés como en francés). Steve Mann fue el primero en proponer el término. Mann, que es profesor de la Universidad de Toronto, es conocido como el «primer cyborg» por sus trabajos sobre la informática portátil (wearable computing). Las herramientas ya no están en el cielo (como los satélites que vemos en ciertas películas), sino a la altura humana. Y ya no solo las dirigen los que se encuentran en la cumbre de la jerarquía, sino también personas ordinarias.

Francis Pisani y Dominique PiotetLa alquimia de las multitudes, 2008.

Publicado en Fragmentos, Redes sociales, Sociedad | Etiquetado , , , , , , , , , , | Deja un comentario

El nuevo panóptico

Esquema del panóptico de Bentham, hacia 1787.

Esquema del panóptico de Bentham, realizado hacia finales del siglo XVIII.

En su célebre Vigilar y castigar, Michel Foucault definió la modernidad como una época caracterizada por la vigilancia y el control. Para el pensador francés, fue en este tiempo cuando las estrategias para domesticar al sujeto alcanzaron su máximo refinamiento: instituciones como la escuela, el hospital, la fábrica y, por supuesto, la prisión se perfeccionaron con el propósito de mitigar la diversidad humana y modelar individuos aptos para las actividades productivas. La finalidad última era encauzar a los individuos –mediante la domesticación de su cuerpo, el dominio de su comportamiento y la contención de sus deseos– hacia una vida enfocada primordialmente a la producción.

Para lograr este objetivo, fue necesario organizar un orden social basado en la vigilancia, que mantuviese a los sujetos en un estado de observación permanente. De hecho, la sociedad moderna está estrechamente vinculada a una serie de prácticas orientadas a obtener un conocimiento profundo sobre los individuos que la componen, con la finalidad de ejercer un control más eficaz sobre ellos. De esta manera, el individuo se convierte en objeto de la atención constante de médicos, de psiquiatras y, en ocasiones, de criminólogos, que buscan obtener información, respectivamente, sobre su organismo, su mente y sus posibles desviaciones de conducta. Pero no solo eso: además, debe permanecer bajo el escrutinio constante de las instituciones burocráticas, cuya finalidad no es otra que realizar un recuento pormenorizado de sus actividades vitales.

Gran parte del poder coercitivo de las sociedades modernas, tal como las entendió Foucault, radica en su capacidad para hacer visible al sujeto. La eficacia de los regímenes disciplinarios tiene mucho que ver con la manera de impedir que las personas puedan ocultarse y que sus actos pasen desapercibidos. Ahora bien, para garantizar el buen funcionamiento de la sociedad disciplinaria, es necesario que el individuo se sepa observado; es necesario que lo persiga el temor constante a que los vigilantes tengan conocimiento de su actos. Precisamente, la conciencia de permanecer en un estado de visibilidad continua es la que lleva al individuo a ejercer el autocontrol, es decir, a aplicar sobre sí mismo las pautas de disciplina diseñadas para docilizarlo.

Tal como afirmaba Foucault:

El que está sometido a un campo de visibilidad, y que lo sabe, reproduce por su cuenta las coacciones del poder; las hace jugar espontáneamente sobre sí mismo; inscribe en sí mismo la relación de poder en la cual juega simultáneamente los dos papeles; se convierte en el principio de su propio sometimiento.

Fue el panóptico de Bentham el modelo en el que se basó Foucault para explicar la sociedad moderna. La idea de un espacio carcelario en el que los presos quedaban expuestos siempre a la mirada de un guardián oculto en una torre de vigilancia representaba una metáfora perfecta para aludir a una sociedad en la que la visibilización del individuo se revela como la más eficaz herramienta de coerción social.

Es probable que el despliegue de las redes digitales de comunicación esté facilitando la forma más perfecta y acabada de panoptismo. Nunca antes como hasta ahora, había sido posible obtener tanta y tan precisa información sobre cada uno de nosotros. En ninguna época como en la nuestra, habíamos estado tan expuestos al conocimiento público. De hecho, un mosaico de aplicaciones tecnológicas –que van desde los sistemas de geoposicionamiento que detectan nuestra ubicación de forma permanente hasta las herramientas digitales que almacenan toda nuestra actividad en Internet, pasando por los innumerables archivos de información personal alojados en la web– ofrecen un torrente de información, a veces trivial, a veces sensible, que permite reconstituir los aspectos más variados de nuestras vidas.

Este estado de visibilidad en el que estamos sumergidos se ve acentuado por la propia lógica de la sociedad hiperconectada, en la que toda la población se encuentra virtualmente enlazada gracias a las nuevas tecnologías de comunicación. La expansión de la redes digitales ha hecho posible la aparición de un nuevo modelo de vigilancia más descentralizado y más difuso, pero, no por ello, menos efectivo. La redes sociales, la web y los dispositivos móviles permiten que cualquier persona saque a la luz información –ya sea pública o privada– sobre cualquier otra y la ponga a disposición de los usuarios de la red. Gracias a Internet, todos nosotros adoptamos el doble papel de personas vigilantes y sujetos observados. Tenemos la posibilidad de ofrecer, en cualquier momento, información sobre los otros, pero, también permanecemos siempre expuestos a la mirada ajena.

De hecho, la importancia adquirida por los sistemas de reputación digital pone en evidencia el alcance de los nuevos mecanismos de vigilancia colectiva. En Internet, el control centralizado sobre los comportamientos ha ido perdiendo protagonismo en beneficio de formas de supervisión multitudinaria. Nuestro prestigio ya no deriva de instituciones formales sino que está condicionado por la visión que los usuarios conectados en línea ofrecen sobre nosotros. Nuestra reputación digital depende de las puntuaciones y de los comentarios recibidos sobre nuestras creaciones y nuestros actos en las distintas redes sociales. Por este motivo, debemos estar siempre atentos: cualquier desliz que pueda merecer el reproche de nuestros conciudadanos digitales es susceptible de manchar, quizá para siempre, nuestra reputación.

No deja de resultar chocante que Internet, una herramienta que se considera eficaz para burlar las restricciones de los Estados totalitarios y abrir espacios de libertad social y personal, esté contribuyendo al perfeccionamiento de la sociedad disciplinaria. Al otorgar el control de la reputación individual sus usuarios, la Red ha impulsado la emergencia de un régimen de control social que funciona “desde abajo” y que, por ello, es tremendamente eficaz. Inopinadamente, Internet está haciendo posible la consolidación de un sistema de vigilancia distribuida con el que soñaría cualquier dictador: un sistema en el que todos permanecemos vigilados y en el que cualquier persona es susceptible de convertirse en un informante.

Publicado en Arquitectura, Entradas, Política, Redes sociales, Sociedad | Etiquetado , , , , , | 7 comentarios

La remezcla, creación sin fin

La produtilización, la práctica colaborativa, comunitaria, de creación de contenido, no define un proceso de producción convencional orquestado y coordinado desde una oficina central, que se dirige de una manera más o menos ordenada hacia su conclusión prevista (la realización de un producto acabado), sino que constituye un proceso inconcluso y siempre en curso de creación y recreación de contenidos que, en ocasiones, puede bifurcarse para explorar diversas vías potenciales de desarrollo simultáneo. Es un proceso continuo de remezcla y reescritura del legado previo, en busca de nuevas posibilidades, cuyas realizaciones son objetos digitales que se asemejan a los palimpsestos medievales: textos con múltiples capas que todavía llevan consigo las huellas de diversas generaciones de amanuenses cuyos esfuerzos sucesivos nos han conducido hasta el punto en el que ahora nos encontramos.

Axel Bruns, Distributed Creativity: Filesharing and Produsage, 2010.

Publicado en Arte, Escritura, Fragmentos, Internet, Multitud | Etiquetado , , , , , | Deja un comentario

Del collage al mashup

Bodegón con persiana, 1914, pintura de Juan Gris.

Juan Gris, Bodegón con persiana, 1914, técnica mixta y collage sobre tela, 92,1 x 72,2 cm. Fotografía de The Yorck Project.

Podemos considerar la invención del collage, atribuida generalmente a Pablo Picasso, como uno de los grandes hitos del arte del siglo XX. Ya desde su aparición en los cuadros del cubismo sintético, esta técnica pictórica se reveló como un recurso de enorme capacidad expresiva, que sirvió para enriquecer el lenguaje visual de numerosas tendencias artísticas de la pasada centuria: desde el dadaísmo y el surrealismo hasta la transvanguardia, pasando por situacionismo, el arte pop y el nuevo realismo, entre otras.

Han sido múltiples las teorías aventuradas para explicar por qué el collage fue utilizado con tanta persistencia por artistas de tendencias y generaciones diversas. Algunos críticos sostuvieron que su uso iba encaminado a reafirmar la literalidad del plano pictórico mientras que otros detectaron en su utilización una voluntad de abrir un resquicio a la vida real en la ficción de la representación. Ciertos teóricos lo entendieron como un recurso para cuestionar el concepto de autoría y otros más lo consideraron la expresión de una sociedad caracterizada por la fragmentación. Tampoco faltó quien vio en él una reivindicación de lo vulgar y lo trivial.

De lo que no hay duda es que el collage es un procedimiento propio de la era industrial. Desde el mismo momento en que Picasso incorporó un hule que simula el diseño de un entramado en su Naturaleza muerta con silla de rejilla, las obras realizadas con esta técnica se han nutrido de elementos fabriles y, particularmente, de papeles impresos e imágenes reproducidas por medios mecánicos. Los collages aparecen como el resultado de un proceso de ensamblaje de una diversidad de elementos prefabricados que confluyen en una misma obra. En cierta manera, el collage es semejante al motor, pues uno y otro aparecen como una suma de piezas preexistentes que, una vez reunidas, dan lugar a una creación o un producto novedoso. Además, en ambos casos, los componentes utilizados continúan siendo identificables después de montados.

Es posible afirmar que el collage ha tenido su continuidad en el mashup. Aunque, en realidad, lo que ha conseguido este último es hacer más eficaz y sutil la lógica acumulativa o aditiva de aquel. Como el collage, el mashup encuentra su razón de ser en la reutilización de lo preexistente, si bien intenta llevarla hasta sus máximas consecuencias.

Esta idea puede constatarse de una manera clara en Housingmaps.com, de Paul Rademacher, considerado por la revista Wired como el primer ejemplo de mashup realizado con cartografía. Como es bien sabido, el citado programador se internó en el código fuente de Google Maps y le añadió listados de anuncios clasificados de apartamentos, para realizar una aplicación que permite situar, en un mapa, bienes inmobiliarios para alquilar o vender. Con ello, abrió el camino al gran caudal de información georreferenciada –utilizada con finalidades comerciales, artísticas, educativas o sociales– de que ahora disfrutamos. Ahora bien, lo que resulta interesante destacar aquí, es que Rademacher actuó de una manera semejante a como operaron, por ejemplo, los cubistas o los surrealistas con sus collages: como ellos, prefirió recurrir a elementos de que ya disponía, antes que crearlos ex nihilo, para dar lugar a unas propuestas cuyo valor en conjunto supera al de las partes por separado.

El mashup es a la época postindustrial lo que fue el collage a la era industrial. En ambos casos, nos encontramos con estrategias de reciclaje, de reaprovechamiento. Sin embargo, mientras que, en el collage, estas todavía se aplicaban al mundo de los átomos, en el caso del mashup se desarrollan en el universo de los bits. En contraste con los artistas modernos, que iban ensamblando y pegando elementos manufacturados en un soporte físico, los desarrolladores de mashups encadenan fragmentos de código e información digital legibles para las máquinas. El resultado son unas creaciones que trascienden el carácter de meros objetos de contemplación para cobrar las forma de aplicaciones con las que es posible interactuar mediante la interfaz del terminal electrónico.

Ahora bien, la cualidad que hace más atractivo al mashup es su carácter esencialmente inacabado. A diferencia de los collages modernos, que, por regla general, aparecen como unas obras cerradas en sí mismas y sobre las que no es posible actuar, los mashups suelen cobrar la forma de unas aplicaciones susceptibles de enriquecerse mediante la adición continua de información. Los mashups más eficaces son los que operan como plataformas abiertas al trabajo colaborativo y que basan su potencial en el poder de las multitudes. Un buen ejemplo de ello son los mapas de información georreferenciada que se enriquecen gracias a los datos que los usuarios van colocando de forma espontánea sobre ellos. Los mashups son collages en los que el factor acumulativo aparece potenciado, porque se vuelve virtualmente infinito. Y es en ello donde reside su contemporaneidad. Como las wikis y el software libre, los mashups son muy propios de los tiempos actuales porque encarnan a la perfección el ideal de apertura que caracteriza a la sociedad hiperconectada.

Publicado en Arte, Entradas, Estética, Internet, Multitud | Etiquetado , , , , , , , , , , , , | 6 comentarios