Potlatch 2.0: el valor de la generosidad en Internet

¿Por qué la gente está tan dispuesta a colaborar y compartir en Internet? Esa es una pregunta que se hacen constantemente los estudiosos de las culturas digitales. Las hipótesis aventuradas para responderla son variadas y van desde el afán de notoriedad hasta el altruismo, pasando por la coerción social, la buena fe y el pragmatismo. Sin embargo, es probable que todas estas razones solo expliquen de forma parcial el complejo mosaico de motivaciones que llevan a los individuos a compartir esfuerzos y conocimientos en las redes digitales.

En su libro El potlatch digital. Wikipedia y el triunfo del procomún y el conocimiento compartido, Felipe Ortega y Joaquín Rodríguez ofrecen una interesante explicación al fenómeno de la generosidad en Internet. Según estos autores, la actitud magnánima de que hacen gala muchos usuarios de la red está emparentada con el potlatch, el conjunto de prácticas de gasto ritual realizadas por diversos pueblos de las costas del Pacifíco de América del Norte hasta principios del siglo XX.

Como sabemos, sobre todo por las investigaciones de Franz Boas, el potlatch era una ceremonia practicada por grupos como los kwakiutl, que tenía su punto culminante en la entrega de regalos del anfitrión a sus invitados. La particularidad de esta ceremonia radicaba en el hecho de que la magnanimidad del anfitrión era tan acentuada, que terminaba por convertirse en un verdadero derroche: el valor y la cuantía de los presentes ofrecidos a los invitados eran tan grandes que acababan arrastrando al autor de las dádivas a la pobreza. El potlatch era una ceremonia de ostentación, en la que el anfitrión hacía gala tanto de su riqueza como de su generosidad, pero también era un ritual de desprendimiento que traía consigo la miseria del benefactor.

Sin embargo, la generosidad extrema no carecía de contrapartidas, pues otorgaba al anfitrión un enorme prestigio social entre los miembros de su grupo. Su magnanimidad le valía el reconocimiento de los suyos y le otorgaba el respeto necesario para convertirse en cabeza y jefe de su comunidad. Así pues, el anfitrión sacrificaba capital económico pero ganaba capital simbólico, que le abría la posibilidad de ejercer el poder efectivo sobre su pueblo.

Según Ortega y Rodríguez, algunas comunidades digitales y, en concreto, las organizadas alrededor de la Wikipedia han adoptado prácticas que no difieren demasiado de las de los pueblos del Pacífico norteamericano. Para estos autores, el empeño puesto por los wikipedistas en la redacción, la edición y el mantenimiento de la enciclopedia colaborativa –aparentemente motivado por una actitud altruista– nace, en realidad, de la voluntad de acaparar capital simbólico. Los colaboradores de la Wikipedia ofrecen su trabajo, sus conocimientos y sus habilidades a la comunidad no ya con la intención de obtener un beneficio económico, sino esperando verse recompensados con el reconocimiento de los miembros de su comunidad, expresado mediante la entrega de emblemas y barnstars o mediante la promoción a los cargos de bibliotecario o burócrata.

De forma similar, la lógica del potlatch puede aplicarse a otras comunidades, como la de los blogueros. El esfuerzo del autor que, en muchas ocasiones, mantiene su bitácoras sin recibir, de entrada, una compensación monetaria por su trabajo, se ve premiado, si las cosas le van bien, por la visibilidad de su producción. Muy a menudo, el bloguero no cobra, pero ve cómo los números del contador de vistas de su blog van ascendiendo, al tiempo que sus entradas son comentadas y difundidas viralmente en las redes sociales. En muchas ocasiones, un blog no reporta dinero, pero permite acumular capital simbólico mediante la visibilidad y la exposición pública, las cuales derivan en lo que de forma vaga se conoce en los entornos digitales con el nombre de “reputación”.

Y, de hecho, la sociedad hiperconectada ha creado herramientas legales para favorecer la lógica de la visibilidad, propia del potlatch digital. Entre las más significativas, se encuentran las licencias libres y creative commons, cuya función consiste en facilitar la difusión de las creaciones en Internet garantizando el reconocimiento de sus autores. Tal como afirman Felipe Ortega y Joaquín Rodríguez:

[…] si el prestigio, según la lógica de la práctica del potlatch digital, proviene de la exposición pública y el incremento consiguiente de la visibilidad, de las eventuales evaluaciones positivas que el contenido del trabajo realizado pueda obtener, es necesario un tipo de licencia que no obstruya o dificulte el acceso al contenido editado, sino un tipo de salvoconducto que fundamente sólidamente su libre circulación.

En ocasiones, el capital simbólico puede transformarse en capital monetario. Los jefes de los pueblos de las costas del Pacífico norteamericano podían recuperar la fortuna dilapidada en el potlatch gracias a su posición de liderazgo dentro de su grupo o clan. De la misma manera, los miembros de muchas comunidades digitales –aunque, significativamente, no los de la Wikipedia– pueden obtener, en ocasiones, beneficios económicos de su visibilidad digital. La publicidad, los encargos de textos remunerados y otras actividades paralelas –fuentes de ingresos legítimos, pues, al fin y la cabo, la economía del intercambio digital y la economía mercantil no son necesariamente excluyentes– son algunos de los recursos utilizados por los creadores en Internet para obtener beneficio económico de su capital simbólico.

Seguramente, una de las asignaturas pendientes de las redes digitales consiste en lograr un equilibrio entre la acumulación de capital simbólico y la remuneración económica. Es necesario crear mecanismos para que los individuos y colectivos que derrochan esfuerzos y conocimientos en el potlatch digital obtengan recompensas que vayan más allá de la visibilidad y la reputación. Se trata de un paso fundamental para garantizar la pervivencia de la innovación y la creatividad en las redes digitales de comunicación.

Acerca de Eduardo Pérez Soler

Reparto mi tiempo entre la curaduría, la crítica de arte y la edición de publicaciones multimedia. He publicado numerosos artículos y reseñas de arte en revistas como Lápiz, Artes de México y a*desk, entre otras. También he curado diversas exposiciones, entre las que se pueden citar Sublime artificial (La Capella, Barcelona, 2002), Imatges subtitulades (Fundació Espais, Girona, 2003) y Processos Oberts (Terrassa, 2007). Formé parte del equipo de dirección de 22a, uno de los más importantes espacios expositivos independientes de la Barcelona del cambio de siglo. Tras trabajar varios años como editor en un gran grupo editorial español, ahora me he embarcado en la creación de Books and Chips, una empresa centrada en la concepción y desarrollo de tecnologías sociales para la educación y la cultura.
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3 respuestas a Potlatch 2.0: el valor de la generosidad en Internet

  1. Jeffrey Swartz dijo:

    Como siempre Eduardo, muy interesante. Tengo que aportar datos sobre el potlatch ya que pertenece a mi región de Canadá, y no estoy cómodo con su idealización conceptual sin entender su realidad humana. La Ley de los Indios canadiense de 1884 lo prohibió, y esa misma ley iba endureciendo hasta eliminar la ceremonia de la cultura del noroeste de norteamerica. Cuando Curtis hizó su foto ya se había extinguido, era una foto teatralizada.
    Seguramente podríamos sacar ideas a partir de mirar las razones por la prohibición–que era inútil, anti-productivo, que fomentaba la pereza y falta de valores de trabajo, que era anti-cristiano–pero yo solo quería indicar el grado de discriminación cultural que se ha producido contra sus practicantes.
    No se recuperó hasta el 1951, cuando las culturas indígenas ya habían perdido su identidad en buena parte. La revista de Guy Debord y los letristas, Potlatch (http://debordiana.chez.com/revues.htm), se publicó durante los años 1954-57, pero romantizaban el concepto a partir de Marx y Boas sin referirse nunca a su censura y criminalización en el país de origin.

    • Jeffrey: Gracias por tus aportaciones, como siempre, muy pertinentes.
      La verdad es que no sabía que la foto de Curtis era una escenificación. ¡Al final, todo acaba teniendo un regusto posmoderno!
      Lo que sí es cierto es que la práctica del potlatch logró pervivir hasta entrado el siglo XX. En 1918, siete miembros de la tribu de los kwakwaka’wakw firmaron una petición dirigida al gobernador de la Columbia Británica que decía: “Sentimos que el gobierno no ha sido ni completa ni correctamente informado sobre el potlatch y queremos solicitarle respetuosamente que envíe un hombre recto para que vea a todos los indios y sepa lo que el potlatch es realmente. Creemos que la ley no es correcta y que se ha cometido un error al prohibir a los indios que continúen entregando dinero a sus amigos.”
      Como bien dices, el potlatch desapareció como consecuencia de las prohibiciones impuestas por los colonizadores, pero, también porque algunos miembros de los pueblos nativos se incorporaron a los circuitos de la economía mercantil, lo que les permitió acopiar bienes al margen de las prácticas tradicionales.
      En cualquier caso, la consolidación de las economías del intercambio digitales es una prueba más de la pertinencia de las economías del don que, como el potlatch, han hecho posible el intercambio de bienes –tanto materiales como simbólicos– al margen de las transacciones mercantiles.

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