El copyleft, una lectura pragmática

Grafito en una calle de Toronto, con la leyenda "Invest in sharing". Fotografía de Toban Black.

Grafito en una calle de Toronto. Fotografía de Toban Black.

Lo que explicaré en esta entrada les parecerá una obviedad a algunos de mis amigos. Otros, lo considerarán una herejía. El copyleft y su aplicación en el campo de la creación, en general, y en el de la edición, en particular, es un tema del que se ha hablado hasta la saciedad en los últimos años, hecho que provoca que muchas de las aproximaciones que se hacen de él terminen por caer en el lugar común.

Sin embargo, esta forma de entender el derecho de autor también ha desencadenado agrias discusiones entre bandos enfrentados e irreconciliables. La irrupción de Internet, que ha modificado de forma radical las condiciones de creación, distribución y recepción de los productos artísticos, ha abierto un encendido debate sobre la pertinencia de los criterios que han regido la propiedad intelectual en la época moderna, con el copyleft en el centro de la discusión. Después de todo, el movimiento copyleft propone un cambio tan radical en las reglas del juego, que no resulta extraño que suscite un amplio rechazo entre los sectores más conservadores de la llamada “industria cutural”.

So riesgo de caer en el tópico, voy a razonar por qué considero que la utilización de las licencias copyleft es una opción adecuada para los creadores e, incluso, para los editores. En esta ocasión, mi argumentación estará guiada, fundamentalmente, por el pragmatismo. Aunque me cuento entre los que piensan que el copyleft merece ser defendido por razones de generosidad y altruismo, también creo que esta forma de entender el derecho de autor es la más útil y adecuada para los tiempos que corren. En realidad, las licencias copyleft son las que mejor se adaptan a la lógica de las redes digitales de comunicación.

Internet y, en particular, la web, son sistemas pensados para favorecer el intercambio y la compartición de conocimiento. La estructura de la telaraña, basada en un entramado de enlaces hipertextuales, que conectan virtualmente todos los documentos contenidos en ella, estimula el flujo de conocimiento. Precisamente, la riqueza de la web radica en su capacidad de poner en relación contenidos distintos y de crear vías de acceso a ellos.

Los flujos de información se ven favorecidos, además, por la facilidad con que es posible duplicar los documentos digitales. A diferencia de lo que sucede en el mundo de los átomos, donde los procesos de reproducción de objetos suelen ser complejos y caros, copiar documentos en el universo de los bits suele ser una tarea sencilla y económica. Pero no solo eso: el propio funcionamiento de los dispositivos informáticos y de Internet está basado en el acto de copiar. Tal como afirma Cory Doctorow:

El detonante de las reglas que rigen el derecho de autor –el acto de copiar– es intrínseco al funcionamiento de Internet y los ordenadores. El acto de «cargar» una página web en realidad no existe como tal, pues lo que uno hace es copiarla. El acto de «leer» un archivo del disco duro en realidad no existe como tal, pues lo que uno hace es copiarlo en la memoria.

Este hecho supone, en la práctica, que cualquier contenido alojado en la web pueda ser reproducido y difundido a gran velocidad entre los millones de servidores y terminales conectados en red, a menos que exista algún mecanismo que impida acceder a él o dificultar su libre distribución.

Podemos poner trabas a los flujos de información en la red. Sin embargo, lo cierto es que impedir que un contenido determinado fluya por ella es como poner puertas al campo. Debido a su carácter descentralizado, la red hace vana cualquier tentativa por detener la circulación de la información alojada en ella. Por mucho que nos empeñemos en eliminar un contenido de una página web determinada, lo más probable es que este se haya difundido viralmente y que los usuarios puedan acceder a él en otros sitios.

La web favorece la apertura, por lo que todos los proyectos que encuentran su razón de ser en la imposición de barreras al conocimiento tendrán muchas dificultades para sobrevivir en los tiempos actuales. En este sentido, el ocaso de las enciclopedias tradicionales ejemplifica a la perfección el fracaso de una manera anacrónica de entender la gestión del conocimiento. Las editoriales de enciclopedias tradicionales –entre las que se cuentan no solo Britannica, Larousse, Brockhaus, sino también los sellos españoles– pensaron que podrían conservar a sus lectores pese a que los obligaban a pagar por el acceso a unos contenidos con una calidad no demasiado mejor que la de los materiales gratuitos de Internet o pese a que les imponían penosos procesos de registro con el supuesto objetivo de impedir el “pirateo”. Los editores de enciclopedias tradicionales creyeron que el prestigio de sus marcas y la fama de sus contenidos serían argumentos suficientes para mantener cautivos a sus lectores, pero lo único que consiguieron fue que sus usuarios emigraran a otros sitios.

De hecho, la caída en desgracia de las Britannica, Larousse o Brockhaus no hace otra cosa que dar relevancia a uno de los fenómenos más notables de nuestra época: la Wikipedia. El ocaso de las enciclopedias tradicionales tiene su reverso en el éxito de la enciclopedia colaborativa. El proyecto de la Wikipedia viene a certificar que la apertura es la mejor estrategia para florecer en la web. Su vertiginoso crecimiento, solo equiparable al velocísimo desplome de las enciclopedias de toda la vida, se debe, en buena medida, a su capacidad para estimular el conocimiento compartido. Desde luego, son muchas las razones que permiten explicar el éxito de la Wikipedia; sin embargo, una de las principales radica en su apuesta por la libertad: libertad para acceder al conocimiento, libertad para generarlo.

Es lógico que si las condiciones de difusión del saber han cambiado, también se modifiquen las reglas que regulan su creación y su distribución. En este sentido, no es una casualidad que el florecimiento del copyleft cobre vigor en una época como la nuestra, marcada por la apertura: resulta natural que, en un mundo en el que predominan las tecnologías ideadas para compartir el conocimiento, muchos creadores antepongan el derecho a distribuir libremente sus creaciones al derecho a limitar su difusión. Si Internet es un territorio que hace inevitable la propagación del saber, resulta absurdo malgastar esfuerzos intentando hacer infranqueable nuestra propiedad intelectual. Parece más sensato, en cambio, regular la manera como deseamos que se difunda el conocimiento generado por nosotros. Porque ese es el sentido de las licencias copyleft: garantizar que se respeten los términos de acuerdo con los cuales un creador desea que se distribuyan y compartan las obras que ha producido. La defensa del copyleft puede ser entendida, en definitiva, como un ejercicio de realismo.

Alguien podría argüir que el copyleft, con su defensa del conocimiento libre, está legitimando la llamada “piratería”. Nada más lejos de la realidad. Lo que hacen los promotores de las licencias no restrictivas es defender la existencia de un marco legal capaz de ofrecer a los creadores un mayor control sobre sus creaciones y de garantizar a los usuarios un acceso conveniente a ellas. El copyleft intenta brindar unas reglas justas y claras que estimulen, por un lado, la producción de conocimiento y, por otro, el libre acceso a este. Se trata de una forma de entender el derecho de autor que se encuentra en los antípodas de la actitud antinormativa de los “piratas”.

En última instancia, el copyleft es una apuesta por una nueva forma de gestionar el conocimiento adaptada a la lógica de las tecnologías digitales de comunicación. Es un marco jurídico que responde a la realidad de la sociedad hiperconectada, donde la apertura se ve favorecida y la cerrazón, penalizada.

Acerca de Eduardo Pérez Soler

Reparto mi tiempo entre la curaduría, la crítica de arte y la edición de publicaciones multimedia. He publicado numerosos artículos y reseñas de arte en revistas como Lápiz, Artes de México y a*desk, entre otras. También he curado diversas exposiciones, entre las que se pueden citar Sublime artificial (La Capella, Barcelona, 2002), Imatges subtitulades (Fundació Espais, Girona, 2003) y Processos Oberts (Terrassa, 2007). Formé parte del equipo de dirección de 22a, uno de los más importantes espacios expositivos independientes de la Barcelona del cambio de siglo. Tras trabajar varios años como editor en un gran grupo editorial español, ahora me he embarcado en la creación de Books and Chips, una empresa centrada en la concepción y desarrollo de tecnologías sociales para la educación y la cultura.
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2 respuestas a El copyleft, una lectura pragmática

  1. Mario dijo:

    El problema no es el copyleft Eduardo, sino el movimiento copyleft, que no pretende hacer de éste una opción a disposición del autor, sino una obligación ineludible para dicho autor, quien al no asumirla, es acusado de totalitario, retrógrada, avaro, parásito o la mayoría de las veces, simplemente insultado. Si un autor está dispuesto en cambio a renunciar a sus derechos fundamentales (y el derecho de autor lo es según casi todas las constituciones occidentales y la carta de derechos humanos de la ONU), para permitir que Google, Youtube, Verizon o Telefónica sí lucren con el consumo gratuito de su obra y el tráfico que este les genera, entonces se convierten en héroes civiles y adalides de la cultura libre. Faltaba más…

    Peor aún, el renunciar a sus derechos se presenta al autor como la única alternativa tecnológicamente viable, aplicando para internet un determinismo tecnológico que no se aplica a ningún otro aspecto de la vida en sociedad. Si esta teoría fuese cierta, que la internet prevalece sobre los derechos de autor o cualquier otro derecho de las personas, que ocurriría Eduardo si una nueva aplicación me permite hackear su laptop, su móvil, para controlar remotamente sus cámaras y espiarlo en su habitación con su mujer. ¿Sacrificará usted ahora su derecho a la privacidad y a tener relaciones sin ser espiado en el sacrosanto altar de la internet y la tecnología? Tengamos una visión pragmática al respecto: sin leyes que lo protejan nada impedirá que esto suceda, cuando quiera quejarse se encontrará con usuarios anónimos, servidores fuera del país, páginas de enlaces que se lavan las manos, cyberlockers y buscadores lucrando con su intimidad, y una caterva de gurús buen financiados acusándolo de querer destruir la internet, pero claro, todos somos susceptibles de ser convertidos contra nuestra voluntad en estrellas del porno amateur porque según ellos, no se puede «poner puertas al campo» **.

    Si el copyleft (o también el software libre) no tiene la relevancia y la presencia que debería ostentar, es porque sus propulsores a nivel internacional (Creative Commons, la EFF, Public Knowledge, etc) utilizan el concepto no por sus bondades intrínsecas sino como excusa para no respetar el derecho de autor en internet, que es lo que en estos momentos interesa a Google y demás tecnológicas que financian a estos lobbys. Un buen ejemplo de esto es el artículo que hoy enlaza de Cory Doctorow, un determinismo tecnológico más preocupado en evitar la responsabilidad penal de Google o Megaupload como facilitadores de piratería, que en la defensa de cualquier principio de copyleft.

    Saludos,

    ** de hecho sí se puede, estamos poniéndole «puertas al campo» desde la época de Juan sin Tierra cuando los señores feudales empezaron a cercar sus propiedades, y hoy, en algunos países, lo que es obligatorio es abrir una vía de escape en estas cercas cuando se crían animales.

    • Mario: para mí, la utilización de las licencias copyleft es una opción personal. Desde luego, no considero que el uso de este tipo de licencias sea una obligación para nadie, ni tampoco defiendo la idea de que ningún creador deba renunciar a los derechos sobre sus obras.
      En realidad, el copyleft no aboga por la renuncia de los derechos “fundamentales” de los autores sobre sus obras. Simplemente, es un instrumento legal que permite que los creadores puedan difundir y compartir sus obras en unas condiciones que consideran adecuadas. Es una opción, no una obligación.
      De la misma forma, tampoco afirmo que Internet deba prevalecer sobre los derechos de autor. Ahora bien, me parece innegable que la tecnología influye sobre nosotros y nos obliga a reformularnos nuestras certezas. Un ejemplo claro lo tenemos en la imprenta: antes de su invención no tenía ningún sentido hablar de derecho de autor. Por tanto: me parece lógico que si nuestra manera de difundir el conocimiento cambia, también puedan modificarse las normas que la regulan.
      En cualquier caso, pienso que el copyleft y el copyright pueden convivir. Ya lo he dicho al principio de mi comentario, para mí el copyleft es una opción personal y no un arma de lucha sectaria. No me considero ni un héroe civil, ni un adalid de la cultura libre, ni un pirata. De la misma manera, tampoco pienso que los autores y los editores que utilizan el copyright sean un instrumento de los grandes lobbies del entretenimiento. Ni mucho menos.
      En cualquier caso, Mario, le agradezco sus observaciones.
      Pd: Ya he hablado sobre el alcance del software libre en algún otro comentario. De todas maneras, solo basta con echar un ojo a la arquitectura de la web, edificada en gran parte sobre código libre, para constatar su importancia.

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