Una ciudad debería ofrecer a su público la oportunidad de compartir, de colaborar y de participar en el proceso de evolución cultural. Sus muchas comunidades deben poder participar en su futuro. Por esta razón, sus estructuras, sus fines y sistemas de operación deben ser transparentes a todos los niveles. Su infraestructura, al igual que su arquitectura, debe ser al mismo tiempo «inteligente» y públicamente inteligible, y debe abarcar sistemas que reaccionen a nosotros tanto como posibilitan que nosotros interactuemos con ellos. El principio de un feedback rápido y efectivo a todos los niveles debería estar en el mismo centro de desarrollo de la ciudad. Esto significa que debe haber canales de comunicación de alta velocidad surcando cada rincón y cada grieta de las complejidades urbanas. Los feedbacks no solo deberían funcionar, sino que deberían mostrar cómo funcionan. Estamos hablando de la ciberpercepción como algo fundamental para la calidad de vida en una sociedad tecnológica, posbiológica, avanzada.
Los arquitectos deben olvidar sus cajas de cemento y las decoraciones al estilo de Disenylandia, y prestar atención al diseño de todo aquello que es invisible e inmaterial en una ciudad. Y además deben comprender que la planificación debe desarrollarse en una matriz evolutiva de espacio-tiempo que no sea simplemente tridimensional ni esté confinada a una ordenación continua de edificios, carreteras y monumentos. La planificación y el diseño, en cambio, deben aplicar la conectividad y la interacción a cuatro zonas bastante diferentes: el subsuelo, el nivel de la calle, el cielo/el mar y el ciberespacio. En lugar de la charla sobre las calles, los paseos, las avenidas y los bulevares propia del planificador, necesitamos pensar en wormholes –tomando prestado el término de la física cuántica– que se extiendan en realidades separadas, reales y virtuales, a muchos niveles, a través de muchas capas.
Roy Ascott, La arquitectura de la ciberpercepción, 1998.