
Adolescente frente a un espejo. Fotografía de Pablo Álvarez.
Cuando Internet comenzaba a popularizarse en la última década del siglo pasado, un buen número de pensadores mostró su entusiasmo por las posibilidades ofrecidas por las nuevas tecnologías para favorecer las transformaciones en la identidad individual. Para diversos estudiosos de los medios electrónicos, entre los que podríamos citar a Mark Dery y Sherry Turkle, el desarrollo de la informática nos adentraba en una nueva realidad, en la que los procesos de construcción de la personalidad se verían enriquecidos por la interacción entre los individuos y las máquinas. Era una realidad en la que los sujetos, auxiliados por las herramientas y entornos digitales, podrían liberarse de las constricciones impuestas por su corporalidad y su organismo para explorar nuevas formas de elaboración del yo.
Según esta línea de pensamiento, las tecnologías informáticas, con su capacidad para crear realidades virtuales al margen del mundo físico, favorecen la experimentación con personalidades alternativas. Los nuevos dispositivos tecnológicos aparecen como armas de emancipación que nos permiten liberarnos de nuestra propia carnalidad para construir nuevas identidades en el universo de los bits. Gracias a las simulaciones digitales, podemos zafarnos de las ataduras del cuerpo y reelaborar de una manera más libre nuestro yo.
En el mundo físico, la personalidad del individuo está estrechamente ligada a sus características biológicas, que condicionan en gran medida su identificación con determinados roles sexuales y grupos étnicos. El cuerpo es el punto de convergencia de toda una serie de tecnologías sociales que encasillan a los sujetos en estereotipos predeterminados de los que es muy difícil sustraerse.
En cambio, las herramientas digitales nos ofrecen la posibilidad de perfilar el yo al margen de los condicionantes de nuestro cuerpo. Los avatares y los álter egos digitales que creamos en los entornos virtuales y, específicamente, en la red, nos permiten jugar con personalidades ajenas a nuestras condiciones corporales. En Internet, podemos poseer identidades fluidas e, incluso, múltiples. Los entornos digitales nos dan la oportunidad de transitar, sin problema, por todas las variantes o gradaciones de la masculinidad y la feminidad o por distintas identidades étnicas o culturales. Podemos ser, sucesivamente, mujeres, hombres, heterosexuales, lesbianas, transexuales, negros, mexicanos y asiáticos o, incluso, todo ello a la vez.
Tal como afirma Sherry Turkle en La vida en la pantalla:
Internet es otro elemento de la cultura informática que ha contribuido a pensar en la identidad en términos de multiplicidad. En Internet, las personas son capaces de construir un yo al merodear por muchos yoes.
Sin embargo, es posible que la libertad para reelaborar la identidad individual en Internet esté llegando a su fin. Ello se debe a la tendencia, cada vez más evidente en la red, a vincular la(s) personalidad(es) virtual(es) con la identidad del individuo en el mundo físico. Es posible constatar que, a medida que Internet evoluciona, el yo virtual tiende a entenderse como una extensión de la personalidad física del sujeto y no como un ente que puede evolucionar con autonomía. De forma creciente, las instituciones y empresas que dominan las redes digitales de comunicación intentan domesticar las identidades digitales mediante su reintegración al cuerpo físico. En este sentido, no deja de ser significativo que Google + impida abrir crear perfiles en su red social si estos no pertenecen a una persona “real”.
Con el desarrollo de la sociedad hiperconectada, la vinculación entre nuestra existencia en el mundo de los átomos y nuestra actividad en el universo de los bits se va tornando más intensa. Una diversidad de cuerpos de datos alojados en Internet –desde cuentas bancarias hasta expedientes clínicos pasando por las huellas que dejamos al navegar por la web o al activar los sistemas de georreferenciación en nuestros dispositivos móviles– afianzan los lazos entre nuestras identidades física y digital. La posibilidad de dar vida yoes virtuales desvinculados de nuestra realidad corporal se va difuminando a medida que las interacciones entre el mundo físico y las redes digitales de comunicación se van haciendo más profundas. Internet funciona cada vez menos como un territorio para construir personalidades alternativas y opera cada vez más como un entorno que intensifica nuestra identidad en el mundo físico.
Es cierto que las redes de comunicación son todavía un lugar en el que es posible experimentar con identidades dúctiles y flexibles. Sin embargo, no es menos cierto que Internet se está convirtiendo en un espacio cada vez más normativizado, en el que las actividades que realizamos tienden a relacionarse de manera más estrecha con nuestra experiencia en el mundo físico. Quizá durante algún tiempo pareció posible que la red nos permitiese ensanchar los márgenes de libertad para reformular nuestro yo, pero lo cierto es que ahora parece estarlos estrechando.