Notas sobre Twitter (III): la nueva prensa

Hojas de un periódico viejo.

Hojas de periódico. Fotografía de Luc De Leeuw.

Hubo una época en la que los periódicos tenían unas medidas fijas, un principio y un final. El diario empezaba en la primera plana, donde los editores destacaban con grandes titulares las noticias que consideraban más importantes, y acababa en la contraportada, un espacio en el que ensayaban todo tipo de recursos para atraer la atención del público menos dócil. Dentro de estos límites, el lector se sumergía en un collage de textos e imágenes que, en su conjunto, buscaban reconstruir la totalidad de los acontecimientos del día anterior. De esta manera, quien recorría el periódico de principio a fin, pasando una página tras otra, podía tener la seguridad de encontrarse al tanto de todos –o casi todos los temas– que revestían importancia. Un buen lector de diario, aquel que transitaba con paciencia por las distintas planas del periódico, repasando los titulares y entreteniéndose en la lectura de las noticias encabezadas por ellos, acababa sabiendo y opinando de todo: de política, de economía, de literatura, de boxeo, de mecánica y de toros, entre muchas otras cosas.

También existieron unos tiempos en los que la lectura de la prensa contaba con un espacio propio dentro de la rutina diaria. Leer el periódico requería disciplina y dedicación. Por ello, la gente se reservaba un momento específico del día para dedicarlo a la lectura de los sucesos de actualidad. Lo hacía en el autobús, en el metro o en el tren, de camino al trabajo; en el bar, delante de un café, o en el banco de un parque, en una hora de asueto. Durante mi adolescencia en Yucatán, ese momento tenía lugar, para mí, cuando volvía de la escuela al mediodía y podía tomar el diario que mi padre había dejado sobre la mesa del comedor, antes de marchar a la oficina por la mañana.

En aquellos tiempos, eran los editores y los directores de los diarios quienes decidían lo que el público debía leer. Ellos marcaban la línea editorial del periódico, seleccionaban a los articulistas y a los reporteros, aprobaban las noticias que debían publicarse, desechaban los contenidos que consideraban anodinos o comprometedores y supervisaban los titulares que aparecerían en primera plana. Los lectores tenían poco que decir ante tal situación: cada día recibían un ejemplar impreso y acabado, que no podían modificar de ninguna manera. Si alguna noticia no les interesaba o algún artículo les disgustaba, todo lo que podían hacer era dejar de leerlo. Tenían una capacidad prácticamente nula para modificar la línea editorial del diario que leían. Podían escribir una carta al director, que normalmente nunca era atendida. Como último recurso, podían cambiar de periódico. Al final, acababan volviendo a la prensa de siempre porque las alternativas eran peores. Sin embargo, siempre se quedaban con la sensación de que el diario de toda la vida, “su” diario, no era realmente el que ellos querían.

La prensa de nuestros días es muy distinta. Con Twitter, el periódico ha dejado de tener límites constreñidos y jerarquías. Gracias a la popular red social de los micromensajes, los lectores pueden construir un diario a su medida seleccionando las fuentes de su interés: publicaciones, periodistas, articulistas, blogueros, políticos, actores o simples ciudadanos. Potencialmente, cualquier persona puede convertirse en el editor de su propio periódico haciéndose seguidor de los tuiteros que tratan los temas que más le interesan. Si elige con acierto sus fuentes, tendrá a su disposición un equipo de informantes que se encargará de seleccionarle a tiempo real los contenidos más interesantes de la web y le facilitará los enlaces para acceder a ellos. Si bien Twitter no es un espacio adecuado para la expresión de ideas complejas, resulta, en cambio, una herramienta fabulosa para difundir titulares y atraer la atención de los lectores. Es como una página de diario fluida y siempre cambiante que nos pone sobre aviso acerca de los temas y materiales que, en un momento determinado, tienen más importancia en la web.

De la misma manera que el periódico ha perdido sus límites físicos, los lectores han dejado de dedicar un momento específico del día a la lectura de la prensa. Twitter ha modificado radicalmente los rituales que rodean el consumo de las noticias. Si antes contábamos con un tiempo fijado de antemano para sumergirnos en los textos noticiosos, hoy leemos la prensa mediante el móvil cada vez que queremos llenar los tiempos muertos entre nuestros quehaceres cotidianos. La naturaleza física del periódico impreso exigía una lectura de principio a fin, lo que nos obligaba a disponer de un momento adecuado para llevarla a cabo. En cambio, el carácter esencialmente líquido de Twitter invita a leer de una manera distraída. Como la aproximación a esta red social es, por definición, fragmentaria –resulta imposible leer la totalidad de los tweets publicados, pues estos se agregan incesantemente–, no existe un lapso ideal para repasar los mensajes publicados por sus miembros. Por esta razón, tendemos a dividir el tiempo de lectura de la prensa digital en distintos momentos a lo largo del día, dependiendo ratos libres de que dispongamos. Frente a la lectura sistemática del diario tradicional, Twitter ha impuesto una nueva manera de leer menos atenta y más difusa.

Aunque carecíamos de control sobre ellos, los periódicos tradicionales nos daban la sensación de que era posible abarcarlo todo. Leerlos resultaba tranquilizador, pues nos otorgaban la seguridad de que estábamos informados acerca de todo lo importante que había acontecido en el mundo. Twitter, en cambio, nos ofrece la posibilidad de gestionar nosotros mismos las noticias que deseamos consultar, pero nos obliga a enfrentarnos a un cúmulo de información completamente inabarcable. Cuando observamos cómo los tweets se suceden a ritmo vertiginoso por la pantalla de nuestro terminal, cobramos conciencia de que la cantidad de conocimiento a nuestra disposición es inmanejable. El reto al que nos enfrentamos ahora mismo consiste en aprender cómo digerir la desmesurada cantidad de datos que tenemos a nuestro alcance. Consiste en descubrir las estrategias que nos permitirán seleccionar, ordenar y asimilar el enorme caudal de información generado por la sociedad hiperconectada.

Acerca de Eduardo Pérez Soler

Reparto mi tiempo entre la curaduría, la crítica de arte y la edición de publicaciones multimedia. He publicado numerosos artículos y reseñas de arte en revistas como Lápiz, Artes de México y a*desk, entre otras. También he curado diversas exposiciones, entre las que se pueden citar Sublime artificial (La Capella, Barcelona, 2002), Imatges subtitulades (Fundació Espais, Girona, 2003) y Processos Oberts (Terrassa, 2007). Formé parte del equipo de dirección de 22a, uno de los más importantes espacios expositivos independientes de la Barcelona del cambio de siglo. Tras trabajar varios años como editor en un gran grupo editorial español, ahora me he embarcado en la creación de Books and Chips, una empresa centrada en la concepción y desarrollo de tecnologías sociales para la educación y la cultura.
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