Crítica social

Multitud en Courtenay Place, Wellington, cerca de 1939, fotografiada por Sydney Charles Smith. S C Smith Collection, referencia número: 1/2-048351-G Alexander Turnbull Library, Wellington, Nueva Zelanda.

Multitud en Courtenay Place, Wellington, Nueva Zelanda, cerca de 1939. Fotografía de Sydney Charles Smith, S. C. Smith Collection, Alexander Turnbull Library, Wellington.

Hace ya bastantes años que la figura del Crítico (con mayúsculas) está en decadencia. Pero no siempre fue así. Hubo una época en que su labor como mediador entre los creadores y el público fue de suma importancia: desde el surgimiento del romanticismo, a finales del siglo XVIII, hasta el ocaso de las neovanguardias, en el tercer cuarto del siglo XX, desempeñó un papel fundamental para hacer comprensibles las zonas oscuras que los creadores dejaban en sus obras y para adiestrar al público sobre lo que debía comprender. En sus momentos estelares, llegó a prescribir a los artistas los métodos para realizar sus obras, tal como hicieron André Breton con los surrealistas y Clement Greenberg con los expresionistas abstractos. Su labor fue clarificadora y, a veces, doctrinal.

La estrella del Crítico comenzó a apagarse en las últimas décadas del siglo pasado, cuando la diversidad y el pluralismo en los que se sumergió la creación artística le dejaron sin razón de ser. A partir de entonces, una legión de directores de museo, periodistas, publicistas, curadores y expertos en mercadotecnia –personas probablemente menos dotadas para la reflexión, pero con mayores habilidades para generar consenso sobre el valor de las obras de arte– fue desplazándole al rincón de la irrelevancia.

La generalización de Internet ha terminado por darle la puntilla. Las nuevas tecnologías de la información han puesto los medios de producción del conocimiento a disposición de la multitud, lo que, en la práctica, implica que cualquier persona conectada a la red puede ejercer la crítica si así lo desea. Y, efectivamente, es lo que está sucediendo: Internet se ha poblado de una infinidad de usuarios que asumen el papel de críticos escribiendo sobre arte en sus blogs o en foros de discusión, recomendando las obras que les gustan en Twitter o Google +, o haciendo clic sobre los botones de marcadores sociales como Digg, Menéame o +1. De esta manera, las tecnologías han terminado por sustraerle al Crítico el único privilegio que conservaba: la posibilidad de contar con una tribuna de expresión exclusiva (generalmente un periódico o una revista especializada) que le permitiera gozar de un estatus superior al del resto de la gente interesada por el arte. Internet ha acabado con las jerarquías y, como consecuencia de ello, ha provocado que el Crítico sea indistinguible de cualquier otra persona que opina sobre la creación.

Ahora bien, esto no es necesariamente una mala noticia. La muerte del Crítico no supone necesariamente el fin de la labor crítica. Todo lo contrario. La apropiación de las tecnologías de comunicación por parte de la multitud puede significar el resurgimiento del debate sobre el arte y, por ende, el resurgimiento de la crítica.

Durante años, el arte ha vivido sometido a las reglas del consenso impuestas por los museos, la prensa y las grandes bienales internacionales. Llevamos bastante tiempo viendo cómo las instituciones deciden “desde arriba” los límites entre lo bueno y lo malo en el arte, y constatando cómo las creaciones que se apartan de sus patrones son ninguneadas.

Sin embargo, el consenso institucional parece enfrentarse a unos adversarios inesperados: los grupos de ciudadanos digitales que realizan una labor crítica “desde abajo” al intercambiar sus opiniones mediante redes horizontales y descentralizadas. Estos grupos carecen del poder institucional de los museos y los medios de comunicación, pero compensan esta debilidad con la capacidad de articular las opiniones de grandes redes de personas: mientras que la opinión individual de cada uno los miembros de una red jamás podrá representar un desafío para el consenso de las instituciones tradicionales, los juicios elaborados por la multitud en sus conjunto pueden convertirse en una verdadera fuerza disruptiva. La fortaleza de estos grupos de críticos ya comienza a hacerse evidente en las redes sociales y en los entornos colaborativos, donde empiezan difundir sus gustos y a hacer valer sus opiniones.

Las tecnologías digitales están alumbrando un nuevo tipo de crítica que, lejos de encontrar su legitimidad en la autoridad del Crítico individual, se sustenta en la fortaleza de una multiplicidad de voces que actúan conjuntamente. Es una forma novedosa de valorar las creaciones –a la que podemos otorgar el nombre de “crítica social”, por ser el resultado de la interacción de grandes grupos de personas– que cada vez tendrá una mayor influencia en los debates sobre el arte. Habrá que seguir con atención su evolución, pues todo parece indicar que modificará profundamente los mecanismos para enjuiciar las creaciones artísticas y transformará de manera radical las relaciones de poder en el sistema del arte. Es muy probable que la irrupción de la crítica social otorgue un mayor protagonismo a las multitudes, en detrimento de los museos, centros de arte y medios de comunicación tradicionales. De ser así, será un triunfo de la gente sobre las instituciones.

Acerca de Eduardo Pérez Soler

Reparto mi tiempo entre la curaduría, la crítica de arte y la edición de publicaciones multimedia. He publicado numerosos artículos y reseñas de arte en revistas como Lápiz, Artes de México y a*desk, entre otras. También he curado diversas exposiciones, entre las que se pueden citar Sublime artificial (La Capella, Barcelona, 2002), Imatges subtitulades (Fundació Espais, Girona, 2003) y Processos Oberts (Terrassa, 2007). Formé parte del equipo de dirección de 22a, uno de los más importantes espacios expositivos independientes de la Barcelona del cambio de siglo. Tras trabajar varios años como editor en un gran grupo editorial español, ahora me he embarcado en la creación de Books and Chips, una empresa centrada en la concepción y desarrollo de tecnologías sociales para la educación y la cultura.
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2 respuestas a Crítica social

  1. Mateu CP dijo:

    La «crítica social» democratizará la crítica (con lo bueno y lo malo que conlleva la palabreja), pero no es descartable que, con la avalancha de contenidos de la web (en 2010 «sólo» se crearon 21,4 millones de nuevas webs), la figura del crítico, o más a la mode actual: el prescriptor, se reinvente para ayudarnos a encontrar, seleccionar, elegir («destriar» en catalán) el grano de la paja. Felicidades por el blog!

    • Mateu: Tienes toda la razón. Cada vez es más necesaria la existencia de prescriptores que nos ayuden a orientarnos en la web. Serán ellos quienes, como bien dices, deberán separar el grano de la paja. Los buscadores del tipo Google son muy útiles para localizar información, pero está claro que aún carecen de la sutileza de la mente humana. ¡Muchas gracias por pasarte por aquí!

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